Así te encontré, caminando sin rumbo por las calles desiertas de mis pensamientos. Te encontré guardada en un lugar remoto y casi inaccesible. Te encontré con frío, famélica pero a la vez expectante; preparada, esperando algo que sabias que inexorablemente pasaría.
Te encontré con el semblante que refleja la tranquilidad de espíritu y la satisfacción que otorga el saber que no nos hemos equivocado. Te encontré distinta pero igual, como si el tiempo se hubiese detenido en el recóndito espacio que ocupas. Te encontré como siempre lo hacía, cada domingo a las 3 en el café de la Plaza, vestida de añil y con una sonrisa que no respondía a las órdenes de tu timidez.
Te encontré en silencio, te encontré llorando, te encontré contento, te encontré cantando.
Te encontré y la alegría no se hizo esperar, como tampoco esperó la confusión, como tampoco esperaron los recuerdos de porque te perdí en primer lugar, pero te encontré y nada más importaba. Te encontré y corrí para abrazarte y besarte, como siempre y como nunca; y en el paroxismo de las caricias… desperté… y el recuerdo solo acude a mi memoria sin ti, porque en un sueño te tuve y al despertar te perdí…
Volveré a dormir esta noche…
Tienes algo de Neruda y otro tanto de Serrat. Espero, en algún momento, leerte a ti.
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